Hoy no he perdonado a mis hijos.
Cómo lo leéis. Estoy ahora mismo en cama pensando si lo he hecho mal o bien.
¿Estaré equivocada? Probablemente.
Han hecho algo, algo que hacen toooodos los días. Que toooodos los días les digo que no hagan. Y que por supuesto cada día vuelven a hacer.
Da igual que me enfade. Da igual que los castigue. Da igual. Lo vuelven a hacer.
Yo me enfado, me enfado mucho. Pero se me pasa. Me piden perdón y los perdono. Al día siguiente otra vez lo mismo.
Así que hoy no los he perdonado. Me han pedido perdón y les he dicho que no. Que estoy enfadada y que las cosas no se arreglan pidiendo perdón y volviendo a hacer lo mismo al día siguiente.
Y se han ido a la cama sin su perdón. Con la conciencia sucia de haber hecho algo mal y que yo no les he perdonado, como siempre.
Supongo que se han sentido mal y la verdad yo no me siento bien. No me gusta irme a dormir enfadada y que ellos se vayan tristes pero menos me gusta estar en esta rutina del perdón y la reincidencia.
Así que aquí estoy por primera vez en más de un mes escribiendo en el blog. Porque lo necesito. Mañana los perdonaré. ¿Lo volverán a hacer? No lo sé. Seguramente.
Los volveré a perdonar. Claro. Todas las veces. Porque soy su madre. Porque los quiero. Pero hoy no los he perdonado. Me ha podido la rabia. El hartazgo. Me han superado el punto de paciencia.
No sé si he hecho bien o mal. No lo sé. Pero no quiero que aprendan que con pedir perdón se arregla todo y al día siguiente lo puedes volver a hacer.
En fin… Mañana será otro día. Esperemos aprender todos de nuestros errores.
Yo creo que has hecho lo correcto. Pueden equivocarse, claro está, y que los perdones, pero si ya se ha convertido en rutina, lo que has hecho es lo mejor. Ser padres duele y no todo es bueno. Los castigos nos duelen a nosotros más que a ellos, pero son necesarios para hacerles comprender los límites. Ojalá fuese todo tan sencillo como explicarles que no pueden hacer algo y ellos no volvieran a hacerlo… ¡Así que no estes triste y anímate!