«Mamá, desde que no hay cole gritas menos»
Eso me dijo mi hijo hace unos días y es cierto. Es inmensamente más fácil mantener la calma cuándo no llegas tarde a todos lados.
No me peleo porque se tienen que vestir.
No me peleo porque no quieren ir a madrugadores.
No me peleo con los clientes que llaman, no me peleo con nadie. Ostras, qué descanso.
Hasta que dejé de tener prisa no me daba cuenta de lo enfadada que estaba todo el día.
Bueno, me daba cuenta pero no era algo que pudiese solucionar.
Parar ha sido, está siendo, un descanso.
Mi marido está en un ERTE así que está en casa. Por primera vez en 3 años la responsabilidad está repartida. No es que antes no hiciera nada pero si NO ESTÁS porque estás trabajando es difícil que te encargues de cosas.
Por primera vez en 3 años estoy durmiendo todos los días hasta las 10! O las 11 a veces! Es él quién se levanta con los niños a desayunar.
Estoy en mi casa, tengo tiempo de leer, tengo tiempo de ver la TV, tengo tiempo de jugar a videojuegos. Tengo tiempo de escribir pero no lo hago porque hago todo lo anterior.
También tengo tiempo de cocinar, de limpiar y de jugar con mis hijos. Vida de ricos.
El tiempo es oro, vaya que si y cada día de esta cuarentena tengo la sensación de que lo vendemos muy barato.
No queda otra, ya lo sé, terminará esta pandemia y volveremos a las prisas.
Ojalá que no, ojalá pueda quedarme con mi teletrabajo y mi vida sin prisas. Ojalá no me obliguen a volver a la plataforma. A los atascos, a las vueltas con el coche para aparcar, a los gritos porque hace 10 minutos que tendrían que haberse puesto ya los zapatos…
Así que la gente sueña con volver a la normalidad y lo entiendo, entiendo que estar encerrado es una faena para la mayoría de la humanidad.
Pero es que esta pandemia me ha hecho darme cuenta de que mi «normalidad» es una mierda muy estresante.
Así que yo… prisa ninguna.